martes, 16 de febrero de 2010

MENSAJE DE NUESTRO PÁRROCO


La historia de la Iglesia – ya desde sus orígenes – se confunde con la historia de la Caridad.

Sin negar los errores institucionales de la Iglesia, pues se encarna en los seres humanos, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta la preocupación de las primeras comunidades cristianas por los pobres, a los que ayudaban, compartiendo con ellos sus bienes.

Y en el transcurso de los siglos no han faltado instituciones y personas que han marcado cada momento con la vivencia extrema de la Caridad: por citar algunos… citemos a san Juan de Dios, recogiendo a los apestados de las calles de Granada; el P. Damián, recientemente canonizado, por atender a los leprosos de la isla de Molokay hasta convertirse él también en leproso; San Vicente de Paul, fundador de la Hijas de la Caridad, que tanto bien han hecho en ancianos y enfermos, sin olvidar a nuestro paisano San Juan Macías, que entregó toda su vida a servir a los pobres desde la portería de su convento , allá en Lima. Para él los pobres eran LOS SEÑORES.

¿Y hoy? Continúa la cadena en Teresa de Calcuta, Vicente Ferrer, Luís Zambrano, Ellacuría y miles y miles más que, en el anonimato de la entrega generosa a los demás, AQUÍ Y ALLÁ, gastan sus vidas a favor de los pobres en el amplio sentido del término. Todos siguieron y siguen a Jesucristo, el “Buen Samaritano” por excelencia.

Los cristianos de este tiempo presente no deberíamos romper la cadena. MISERICORDIOSA Y COMPASIVA ha sido siempre la Iglesia y esa Iglesia somos nosotros en este s. XXI.

Sólo de esta manera la Iglesia “dirá algo a esta sociedad” pues su CREDIBILIDAD vendrá de sus entrañas de misericordia. Y es que la Misericordia consecuente es la gran ausente en el mundo de hoy.

Juan Macías: testigo del Amor de Jesucristo. ¿Nos atrevemos a seguir su senda?

Antonio Pina, Sacerdote

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